Me dispuse a leer el periódico. Regulé la opacidad de los cristales de la terraza mientras ajustaba los valores de humedad y temperatura del habitáculo. Lejos quedan aquellos días en que se podía salir tranquilamente a la terraza una mañana de verano a disfrutar del sol. Me senté en la butaca anatómica que se adaptó inmediatamente a mi peso, forma y estatura, y desenrollé la pantalla flexible del periódico. Aún tengo periódicos guardados de hace más de una década como recuerdo; ahora son vestigios de un pasado muy reciente. Las pantallas electrónicas flexibles fueron apareciendo en los hogares a principios de la segunda década del milenio y la utilidad de las mismas desbancó en pocos años a los periódicos que requerían cantidades ingentes de papel y tinta. Leer en la pantalla del ordenador nunca llegó a rivalizar con los libros y periódicos de toda la vida hasta que un nuevo concepto de material electrónico irrumpió de lleno en nuestras vidas; tan flexible como el papel, tan resistente como una roca y con un gasto medioambiental ínfimo.
Se estaban haciendo grandes cosas, quizás demasiado tarde.
Desplegué el documento y navegué por las páginas aunque de un vistazo pude comprobar cuál era la noticia del día: Hacía 55 años que el Hombre había llegado a la Luna. Hace una década se suponía que el Hombre pronto pisaría Marte, pero quizás las expectativas fueron cambiando cuando comenzamos a darnos cuenta que había mucho dinero que invertir en intentar que nuestro planeta no entre en una vorágine caótica que no pudiéramos controlar.
Yo soñaba con que mi generación viera al Hombre llegar a Marte. Me parecía una meta sublime, una declaración de intenciones de que el Hombre se proponía seguir avanzando en su búsqueda más allá de nuestras fronteras
Hoy me conformo con que mi generación sea capaz de controlar y frenar la espiral de autodestrucción en la que entramos hace tiempo.