Hoy ha temblado el mundo.
Un terremoto de 9,7 en la Escala de Ritcher, el mayor registrado hasta el momento en la Historia, por encima de los 9,6 del Terremoto de Valdivia en 1960 que arrasó Chile dejando más de 3.000 muertos, ha sumido a la zona sur de California en el caos más absoluto. Según se informa en internet las ciudades mexicanas de la costa Este han sido afectadas en su totalidad, especialmente las más cercanas a la frontera estadounidense. La Ciudad de México ha sufrido numerosos daños debido al seísmo, y multitud de edificios han sufrido las consecuencias no sólo de la energía sísmica, sino de la baja capacidad portante del terreno sobre el que se asienta una de las ciudades más extensas del mundo.
San Francisco y Los Ángeles y las demás poblaciones cercanas al epicentro son una vorágine de destrucción y horror, millones de personas se lanzan al interior del país temiendo una réplica en las próximas horas.
Estados Unidos y México han declarado una emergencia nacional y ambos ejércitos están colaborando en la evacuación de personas y rescate de supervivientes. Los datos no están claros, pero los muertos se cuentan por miles.
Pero lo peor está por llegar. El tsunami generado amenaza con llegar a Japón, China, Oceanía, y sumergir a su paso centenares de islas del pacífico, Hawaii entre ellas.
En un mundo globalizado donde todo es en tiempo real, nos agolpamos en las holopantallas para ver de cerca la fuerza de la naturaleza. Instintivamente queremos empujar a la gente para librarla de su desesperación, para sacarla de allí, para coger a esa niña que llora en medio de los escombros.
Se puede ver en un video con plano cenital captada por los satélites la impresionante ola que surca el pacífico, una mole infranqueable, una curva mortal que me recuerda mucho a la hoja de una guadaña...